Cerró la puerta tras ella.
Detrás de esa puerta había comida fría, promesas rotas y gritos que aún rebotaban en las paredes. Aquella casa era la obra negra de un hogar. Una pecera que le quedaba chica.
Echó un último vistazo a la fachada. La pintura desgastada y el óxido en las ventanas parecían pedirle que se quedara. Pero no lo haría. Nunca volvería.
El océano era grande y ella también.